14 de junio
BEATA MARÍA CÁNDIDA DE LA EUCARISTÍA, VIRGEN
OCD: Memoria libre
Nació en Catanzaro, el 16 de enero de 1884. Sus padres fueron
Pedro Barba y Juana Florena. Habiéndose trasladado a vivir a Palermo,
recibió la primera comunión el 3 de abril de 1894. En 1919
entró en las Carmelitas Descalzas del monasterio de Ragusa, donde
hizo su profesión solemne el 23 de abril de 1924. En este monasterio
fue varias veces priora y maestra de novicias, irradiando dentro y fuera
de la comunidad el perfume de la santidad carmelitana y contagiando su
amor hacia la Eucaristía, incluso a través de numerosos escritos.
Murió el 12 de junio de 1949, solemnidad de la Santísima
Trinidad. Fue beatificada el 21 de marzo de 2004.
Del común de vírgenes.
Oficio de lectura
Segunda lectura
De los escritos de M. María Cándida de la Eucaristía
(L Eucaristia. Edizioni OCD-Feeria, 1999, pp. 105-108)
Desde la contemplación de la presencia a la comunión eucarística
Contemplar con fe redoblada a nuestro Amado en el sacramento, vivir de él que viene cada día, permanecer con él en lo íntimo de nuestra alma, ¡he ahí nuestra vida! Cuanto más intensa sea esta vida interior, tanto más seremos nosotras carmelitas y avanzaremos hacia la perfección. Este contacto, esta unión con Jesús es todo: ¡cuántos frutos de virtud se derivan de ello! Hay que hacer la experiencia. Vivir con Jesús es vivir con sus mismas virtudes, es escuchar su dulcísima voz, su amorosísima voluntad y obedecer enseguida, ¡contentarlo enseguida! Nuestros ojos que se cierran, con el ansia amorosa de encontrarlo, de contemplarlo en el fondo de nuestro corazón: ¿no es acaso la necesidad que nos ha dejado la santísima comunión por la mañana? ¿No es la atracción de él que nos ha quedado, y que allí vive? El ciborio del santo tabernáculo y el ciborio de nuestro corazón, ¡yo no sabría dividirlos! ¡Oh, cuántas veces, aun encontrándonos en el coro ante él sacramentado, aunque esté expuesto, nosotros experimentamos la gran necesidad de adentrarnos en nosotros mismos, y de encontrar allí y permanecer con nuestro Jesús!
¡Qué misterio de amor esta intimidad con nuestro Amado! Yo reflexiono en ello, a veces, conmovida, prorrumpiendo en alabanza de amor. Y conmovida vuelvo a mirarlo. Todo lo de aquí abajo nos ha desaparecido, segregadas, lejos de quien tanto nos amó; nuestros ojos bienaventurados no ven ya nada: y, no obstante, se cierran todavía para abstraerse en el mismo santo ambiente, se cierran ansiosos para encontrarlo, ¡para ver a Jesús! ¡Misterio de amor, tiernísimo encanto! Él se deja encontrar por el corazón que lo busca, por el alma que sabe hacer a menos de tantas cosas por amor a él.
Estar junto a nuestro Dios sacramentado, como los bienaventurados están
en el cielo, en la visión del sumo Bien, es lo que tenemos que hacer,
según nuestra santa Madre Teresa. Siete veces al día, estamos
alrededor del trono de nuestro Bien, el sagrado tabernáculo, recitando
las alabanzas divinas: ¡qué grande fe merece tan alta acción,
qué anonadamiento! ¡Que la adoración y el amor acompañe
y embellezca todo!
Responsorio (Cf. Jn 6, 51. 58. 56)
R/. Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo. *
Quien come de este pan vivirá para siempre.
V/. El que come
mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. *
Quien come
Dios
todopoderoso y eterno, que, con el soplo del Espíritu, inspiraste
a la beata María Cándida, virgen, la contemplación
de las riquezas de la Eucaristía. Concédenos, por su intercesión,
que ofreciendo con gratitud el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo, con la Bienaventurada Virgen María te glorifiquemos siempre
en este sacramento. Él, que vive y reina contigo.