JULIO

16 de julio

SOLEMNE CONMEMORACIÓN DE LA BIENAVENTURADA

VIRGEN MARÍA DEL MONTE CARMELO

OCarm y OCD: Solemnidad

 
El monte Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia, ha sido siempre un monte sagrado. El profeta Elías lo convirtió en refugio de la fidelidad al Dios único y lugar de encuentro con el Señor. En tiempo de las Cruzadas, ermitaños cristianos, inspirados por la vida y espíritu del profeta, se acogieron en las grutas de aquel monte, reuniéndose en torno a una iglesia que dedicaron a la Virgen María, tomándola como patrona de su grupo. Llegados de Oriente a Europa en el siglo XIII, extendieron la devoción a la Virgen María bajo la advocación del Carmen, advocación enriquecida con el don del Escapulario, que es para los que lo visten signo de protección, estímulo de imitación y promesa de salvación. Hoy le pedimos al Señor que nos haga llegar, por intercesión de la Virgen María, hasta Cristo, monte de salvación.

Los himnos latinos propios de la solemne conmemoración Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo se encuentran en el Apéndice V, pp.

 

I Vísperas

Himno

Blanca flor del Carmelo,
vid en racimo,
celeste claridad,
puro prodigio
al ser, a una,
Madre de Dios y Virgen:
¡Virgen fecunda!

Madre, que florecida
del Enmanuel,
atesoras intacta
la doncellez;
estrella, guía
de los rumbos del mar,
sénos propicia.

Vástago de Jesé,
vara profética
que el Hijo del Altísimo
das en cosecha;
Madre, consiente
que vivamos contigo
ahora y siempre.

Azucena que brotas
inmaculada
y te yergues señera
entre las zarzas;
devuelve, Virgen,
nuestra frágil arcilla
a su alto origen.

Ponnos, nueva Judit,
para la lucha
tu santo Escapulario
como armadura;
con tu vestido
cantaremos victoria
del enemigo.

Bajo noches oscuras
navega el alma,
enciende tú los rayos
de la esperanza,
y sé el lucero
que lleve nuestra nave,
segura al puerto.

Señora, desde siempre
los carmelitas
nos tenemos por hijos
de tu familia,
y confiamos
que un día nos acojas
en tu regazo.

María, puerta y llave
del paraíso,
queremos desatarnos
y estar con Cristo;
si tú nos abres,
reinaremos allí
con tu Hijo, ¡Madre! Amén.
 

Salmodia

Ant. 1. Tiene María la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón.
 

Salmo 112

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.

Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.

¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que habita en las alturas
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo.

A la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.
 

Ant. Tiene María la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón.

Ant. 2. ¡Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú el orgullo de nuestra raza!
 

Salmo 147

Glorifica al Señor, Jerusalén
alaba a tu Dios, Sión.

Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza.

Hace caer el hielo como migajas;
ante su helada, ¿quién resistirá?;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren las aguas.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
 

Ant. ¡Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú el orgullo de nuestra raza!

Ant. 3. Tus hijos, Virgen María, serán tu gozo, porque Dios los bendecirá y los reunirá en tu nombre.
 

Cántico
Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en los cielos.

Él nos eligió en Cristo,
antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos
e intachables ante él por el amor.

Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en el Amado.

En él, por su sangre,
tenemos la redención,
el perdón de los pecados,
conforme a la riqueza de la gracia
que en su sabiduría y prudencia
ha derrochado sobre nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad:

El plan que había proyectado
realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
 

Ant. Tus hijos, Virgen María, serán tu gozo porque Dios los bendecirá y los reunirá en tu nombre.
 

Lectura breve (Ap 11,19a; 12, 1)

Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en el santuario el arca de su alianza. Un gran signo apareció en ele cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
 

Responsorio breve

R/. Tú eres admirable, * Santa María del Carmelo. Tú eres.
V/. Tú eres la llena de gracia. * Santa María del Carmelo. Gloria al Padre. Tú eres admirable.

Magníficat, ant. Santa Madre de Dios, gloria del Monte Carmelo, reviste de tus virtudes a la familia que tú has escogido, y defiéndela de todo peligro.
 

Preces

Bendigamos a Dios, nuestro Padre, que nos concede hoy la alegría de celebrar la solemnidad de la       Virgen del Carmen, y digámosle:

Que interceda por nosotros la Madre del Carmelo.

Tú, que anunciaste a nuestros padres el misterio de María, la hija de Sión, heredera de las promesas,
- concede a tu Iglesia reflejar en el mundo la imagen de María, para que sea sacramento de salvación.

Tú, que has suscitado en tu Iglesia nuestra humilde familia del Carmelo, ennobleciéndola con la  advocación especial de María,
- otorga a los carmelitas la gracia de servir a la Virgen y de vivir con ella en obsequio de Cristo.

Tú, que has encomendado al amor maternal de María a todos los hermanos de Cristo, tu Hijo,
- haz que cuantos se han consagrado a ella ardan en el celo de la salvación de los hombres.

Tú, que has acrecentado al Carmelo con numerosos hijos que viven de su espíritu en la vida          religiosa y dan testimonio en medio del mundo,
- concede a los carmelitas vivir con María unidos en la oración, siendo unos en corazón y alma.

Tú, que has prometido la corona de la gloria a los que perseveren en tu amor hasta el fin,
- otorga a nuestros hermanos difuntos que sirvieron con fidelidad a Cristo y a María, la gracia de contemplarte cuanto antes en el cielo.

Padre nuestro.
 

Oración

Te suplicamos, Señor, que nos asista con su intercesión poderosa la Santísima Virgen María, Madre y Reina del Carmelo, para que, guiados por su ejemplo y protección, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo. Que vive y reina contigo.

O bien:

Señor Dios nuestro, que has honrado a la Orden del Carmen con la advocación especial de la Bienaventurada y siempre Virgen María, Madre de tu Hijo; concede a cuantos hoy celebramos su solemnidad que, guiados por su ejemplo y protección, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección, que es Cristo. Que vive y reina contigo.

 

Invitatorio

Ant. Aclamemos al Señor, recordando los beneficios de la Virgen María, Madre del Carmelo.

El salmo invitatorio como en el Ordinario, en el Apéndice I, p.
 

Oficio de lectura

Himno

Virgen alta, en los arcos del céfiro estrellada,
dilatando tus haces al fondo del estuario,
el escollo y la noche presos en tu mirada
y abierto entre tus brazos el santo Escapulario.

Te vio Elías furtiva salir de entre las ondas
y te adoró en la huella que sin ruido subía.

Te vio crecer en ramas de tempestad y en frondas
y en frutos milagrosos de tenue lejanía.

¡Oh Reina de los mares! ¡Oh del valle caído
lucero y esperanza contra el batir del viento!

Ábrenos donde sube sin fin nuestro gemido.

Rómpenos los cristales del alto firmamento.

Nos hiere el infinito con su potente lanza,
en el mar derramamos lágrimas y cantares.

No nos dejes, ¡oh tú!, por quien la luz se alcanza,
y guíanos al puerto, ¡oh Reina de los mares! Amén.
 

Salmodia

Ant. 1. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón.
 

Salmo 23

Del Señor es la tierra y cuanto lo llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

– ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

– El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura con engaño.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

– Este es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.

– ¿Quién es ese Rey de la gloria?

–El Señor, héroe valeroso;
el Señor valeroso en la batalla.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.

– ¿Quién es ese Rey de la gloria?

– El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria.
 

Ant.  ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón.

Ant. 2. Los traeré a mi monte santo; los alegraré en mi casa de oración.
 

Salmo 45

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble al tierra,
 y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
 

Ant. Los traeré a mi monte santo; los alegraré en mi casa de oración.

Ant. 3. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, María, ciudad de Dios! El Señor te ha cimentado sobre el monte santo.
 

Salmo 86

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!

«Contaré a Egipto y Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:

«Este ha nacido allí».

Y cantarán mientras danzan:

«Todas mis fuentes están en ti».
 

Ant. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, María, ciudad de Dios! El Señor te ha cimentado sobre  el monte santo.

V/. Os conduje a la tierra del Carmelo.
R/.  Para que comieseis sus mejores frutos.

 
Primera lectura

Del primer libro de los Reyes (18, 36-39. 41-45a)

Oró Elías en la cima del Carmelo y las nubes enviaron su lluvia

A la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y comenzó a decir:

- «Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios verdadero y que has convertido sus corazones».

Cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, lamiendo el agua de las zanjas.

Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando:

- «¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!».

Elías dijo a Ajab:

- «Sube, come y bebe, porque va a llover mucho».

Ajab subió a comer y beber, mientras Elías subía a la cima del Carmelo para encorvarse hacia tierra, con el rostro entre las rodillas. Había ordenado a su criado:

- «Sube y mira hacia el mar»; el criado subió, miró y dijo:

- «No hay nada».

Elías repitió:

- «Vuelve»: y así siete veces.

A la séptima dijo el criado:

- «Aparece una nubecilla como la palma de una mano que sube del mar».

Entonces le ordenó:

- «Sube y dile a Ajab: “Engancha el carro y desciende. No te vaya a detener la lluvia”».

En unos instantes los cielos se oscurecieron por las nubes y el viento, y sobrevino una gran lluvia.
 

Responsorio (Sal 64, 10. 11. 13)

R/. Tú cuidas la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida, * Bendices sus brotes.
V/. Rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. * Bendices sus brotes.
 

Segunda lectura

De la carta de Pío XII, del 11 de febrero de 1950, con ocasión del centenario del Escapulario del Carmelo
(AAS 42 [1950], 390-391)

El Escapulario, símbolo de virtudes cristianas

Nadie ignora, ciertamente, de cuánta eficacia sea para avivar la fe católica y reformar las costumbres el amor a la Santísima Virgen, Madre de Dios, ejercitado principalmente mediante aquellas manifestaciones de devoción, que contribuyen en modo particular a iluminar las mentes con celestial doctrina y a excitar las voluntades a la práctica de la vida cristiana. Entre estas debe colocarse, ante todo, la devoción del Escapulario de los carmelitas, que, por su misma sencillez al alcance de todos y por los abundantes frutos de santificación que aporta, se halla extensamente divulgada entre los fieles cristianos.

No se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen; se trata, en otras palabras, del más importante entre todos los negocios y del modo de llevarlo a cabo con seguridad. Es, ciertamente, el santo Escapulario una como librea mariana, prenda y señal de protección de la Madre de Dios; mas no piensen los que visten esta librea que podrán conseguir la salvación eterna abandonándose a la pereza y desidia espiritual, ya que el Apóstol nos advierte: Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor.

Reconozcan en este memorial de la Virgen un espejo de humildad y castidad; vean en la forma sencilla de su hechura un compendio de modestia y candor; vean, sobre todo, en esta librea que visten día y noche, significada con simbolismo elocuente, la oración con la cual invocan el auxilio divino; reconozcan, por fin, en ella su consagración al corazón santísimo de la Virgen Inmaculada.
 

Responsorio  Is 61, 10; Ap 16, 15b

R/. Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios, * Porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia.
V/. Bienaventurado el que vela y guarda sus vestidos. * Porque me ha puesto.

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O bien:

De la carta de Pablo VI al cardenal Legado del Congreso Mariológico y Mariano de Santo Domingo, del 2 de febrero de 1965
(AAS 57 [1965], 377-379)

Auténtica devoción a María y al Escapulario del Carmen

 Se han de dar a conocer nuestros deseos y exhortaciones; deseos y exhortaciones que, por lo demás, coincidentes con nuestro pensamiento, tomamos de la Constitución dogmática del Concilio Ecuménico Vaticano II y formulamos aquí con sus palabras textuales: «Estímense las prácticas y ejercicios de devoción a ella [la Santísima Virgen], que han sido recomendados por el Magisterio a lo largo de los siglos». Creemos que entre estas formas de piedad mariana deben contarse expresamente el Rosario y el uso devoto del Escapulario del Carmen. Esta última práctica, «por su misma sencillez y adaptación a cualquier mentalidad, ha conseguido amplia difusión entre los fieles con inmenso fruto espiritual».

Cuando se instruya al pueblo cristiano en lo tocante a la devoción mariana, se le ha de inculcar de manera insistente y categórica que, con ocasión de venerar a la Madre, trate debidamente de conocer, amar y glorificar al Hijo, porque en él fueron creadas todas las cosas, y porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud, para guardar así sus mandamientos.

Además, se ha de advertir con todo cuidado que la devoción a nuestra Señora, «no consiste ni en un sentimentalismo estéril y pasajero ni en una vana credulidad, sino que procede de la auténtica fe, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos impulsa a un amor filial a nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes».

Hay que fomentar en los fieles un culto puro y sincero a la Virgen María, para que sean verdaderos hijos de tal Madre, imitando sus virtudes, dando testimonio de caridad fraterna, armonizando sus sentimientos, palabras y costumbres con el modelo original de la vida cristiana, Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres y autor de la salvación humana.

Es preciso que se honre con fe plena y rendida a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, madre de la gracia y de la misericordia, madre de la esperanza y de la alegría santa, por quien, como por un camino real, llegamos a Jesús y a sus fuentes de salvación.
 

Responsorio (Tob 4, 3; Eclo 3, 4)

R/. Respeta a tu madre * No la abandones mientras viva.
V/. Quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros. * No la abandones.

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O bien:

De las enseñanzas de Pablo VI
(Alocución del 10 de mayo de 1967; alocución del 22 de junio de 1967: AAS 59 [1967], 514-515.779)

¡Dichosa tú, que has creído!

 La bienaventurada Virgen María estuvo, a buen seguro, iluminada interiormente con un carisma extraordinario de luz, según lo exigía, por una parte, su inocencia, y su misión, por otra. El Evangelio deja transparentar su lúcido conocimiento de las cosas divinas y la intuición profética que inundaban su alma privilegiada. Con todo, nuestra Señora tuvo la fe, virtud esta que no supone un conocimiento directo, fruto de la evidencia, sino más bien la aceptación de la verdad por motivo de la palabra reveladora de Dios.

«La Santísima Virgen –afirma el Concilio Vaticano II– avanzó en la peregrinación de la fe». El Evangelio pone de manifiesto esta marcha trabajosa y meritoria, cuando nos transmite el singular elogio de Isabel, en el que se nos descubren estupendamente la psicología y la virtud de María: Bienaventurada  tú, que has creído.

Esta virtud fundamental de nuestra Señora se halla atestiguada en cada una de las páginas evangélicas que consignan lo que María fue, lo que dijo, lo que hizo. Un testimonio tan significativo nos lleva irresistiblemente a la escuela de su ejemplo, para tratar de descubrir en las actitudes personales de la incomparable figura de María frente al misterio de Cristo, en ella realizado, las disposiciones de ánimo características de los hombres deseosos de vivir religiosamente conforme al plan divino de nuestra salvación. Estas actitudes vitales son la escucha, la búsqueda, la acogida, el sacrificio; la reflexión, la espera, la indagación; la posesión interior de sí mismo, la seguridad serena e independiente a la hora de juzgar y obrar; en fin, la oración y la comunión. Todas y cada una de estas actitudes eran como congénitas al alma de María, un alma privilegiadamente llena de gracia y rebosante del Espíritu Santo, pero al estar empapadas de fe nos resultan cercanas, y no solo admirables, sino imitables.

Vuestro camino es el estrecho, riguroso y arduo de la vida ascética; un camino tan comprometido en la busca específica del sublime arte de la oración y del trato íntimo de amistad con Dios, que os acredita de hecho como rastreadores de la única plenitud, de la única paz, del único amor en la unión del alma con Dios.

Que la Virgen Santísima os afiance en vuestra vocación carmelitana. Que ella os conserve el gusto por las cosas espirituales, que ella os alcance los carismas de las santas y difíciles escaladas hacia el conocimiento de lo divino y hacia las inefables experiencias de sus noches oscuras y de sus días luminosos. Que ella meta en vuestra alma aspiraciones de santidad y de testimonio escatológico del reino de los cielos. Que ella os haga ejemplares y fraternos en la Iglesia de Dios. Que ella, por último, os introduzca algún día en la posesión de Cristo, a quien habéis consagrado vuestra vida desde ahora, y en el goce de su gloria.
 

Responsorio (Cf. Sant 1, 21b; Lc 11, 28b; 2. 19)

R/. Acoged con docilidad la palabra de Dios, que es capaz de salvar vuestras vidas. * Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
V/. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. * Bienaventurados.

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O bien:

De las Instrucciones místicas del padre Miguel de San Agustín
(Lib. I, tr. I, cap. 18; ed. Antuerpiae, 1671, pp. 31-32)

Por María a Jesús

No puedo menos de recomendar a todos encarecidamente una entrañable devoción, un amor filial y un tierno afecto a María, la madre amable, como medio de singular eficacia para vivir como buen cristiano; y ello, porque saludándola, como la saludamos con los títulos de madre de la gracia y madre de la misericordia –gracia y misericordia que son de todo punto indispensables para llevar una vida piadosa– ¿a quién podríamos recurrir con más derecho en busca de la gracia y la misericordia que a la madre de la gracia, que a la madre de la misericordia? Así, pues, me atrevo a hacer mías las palabras del Apóstol: Por eso, comparezcamos confiados al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

Ahora bien, para poder acercarnos confiadamente a la que es trono y madre de la misericordia, debemos primero granjearnos su amor. Por eso, todos cuantos se glorían de llamarse esclavos, hijos o hermanos de María, han de esmerarse en armonizar su vida con las exigencias de tal título, procurando parecerse a patrona tan santa, a madre tan amable y a hermana tan compasiva en alguno de sus rasgos espirituales mediante la imitación de sus perfecciones y la asimilación de sus buenas cualidades. Tú –no importa quién–, que amas a María como a madre, imita su humildad, castidad, pobreza y obediencia; copia de tan soberano modelo el amor de Dios y del prójimo, así como las demás virtudes.

Si quieres tributar a nuestra Señora obligado y puntual homenaje y manifestarle tu amor, sigue este consejo: después de haber ofrecido a diario tu persona, todas tus cosas y el mundo entero a la Santísima Trinidad por las intenciones de Cristo y en unión de sus méritos, acostúmbrate luego a ofrendar especialmente a esa tu Madre tan amable cuanto eres y cuanto tienes, y al igual que todo lo haces por la palabra del Señor, hazlo también por la palabra de María y en su nombre.

Pon tu persona entera en manos de María. Acércate  a ella como a la maestra más sabia, como a la virgen más prudente. En una palabra, pórtate con ella como corresponde a un hijo que se precie, y comprobarás por experiencia que ella es la madre del amor puro y de la esperanza santa, que te colmará de toda gracia de camino y de verdad y te alumbrará con toda esperanza de vida y de virtud. La Virgen nunca se cansará de alcanzarte las gracias necesarias para que perseveres en la auténtica piedad. Más aún, ella te servirá de fuente de aguas vivas. Ni tendrá a menos, en el trance de la muerte, decir que es tu hermana, o mejor, tu madre, para que te vaya bien y vivas en gracia a ella. De este modo, llevando una vida de devoción y servicio a nuestra Señora, merecerás también expirar en su amor con una muerte confiada, serena y piadosa, para ser llevado venturosamente en sus brazos maternales al puerto de la salvación; que al devoto de María le irá bien en la hora suprema.
 

Responsorio (Cf. Sal 33, 12; Is 2, 3b; Eclo 24, 30. 24-25a)

R/. Venid, hijos, escuchadme; venid, subamos al monte del Señor. * El que me escucha no fracasará.
V/. Yo soy la madre del amor puro y de la esperanza santa. En mí se halla todo don de vía y de verdad. * El que me escucha.

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Oficio de Vigilia

Ant. Llévanos, María, hasta la cima del Carmelo, que es Cristo, vida del cielo.

Cántico I
 Is 2, 2-3

Todas las gentes vendrán al monte del Señor

Monte escogido por Dios para habitar, morada perpetua del Señor (Sal 67, 17)


En los días futuros estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cumbre de las montañas,
más elevado que las colinas.

Hacia él confluirán todas las naciones,
caminarán pueblos numerosos y dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob.

Él nos instruirá en sus caminos,
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
la palabra del Señor de Jerusalén».
 

Cántico II
 Is 61, 10-62, 3

Alegría del profeta ante la nueva Jerusalén

Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo (Ap 21, 2)


Desbordo de gozo con el Señor,
y me alegro con mi Dios:
porque me ha puesto un traje de salvación
y me ha envuelto con un manto de justicia,
como novio que se pone la corona,
o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes,
como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia
y los himnos ante todos los pueblos.

Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia,
y su salvación llamee como antorcha.

Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes, tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor.

Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
 

Cántico III
Is 62,4?7

Gloria de la nueva Jerusalén

Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos (Ap 21, 3)

 
Ya no te llamarán «Abandonada»,
ni a tu tierra «Devastada»;
a ti te llamarán «Mi predilecta»,
y a tu tierra «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá un esposo.

Como un joven se desposa con una doncella,
así te desposan tus constructores.

Como se regocija el marido con su esposa,
se regocija tu Dios contigo.

Sobre tus murallas, Jerusalén,
he puesto centinelas:
no callarán ni de día ni de noche.

Los que se lo recordáis al Señor
no os concedáis descanso,
no le concedáis descanso
hasta que establezca Jerusalén
y hasta que haga de ella
la admiración de la tierra.
 

Ant. Llévanos, María, hasta la cima del Carmelo, que es Cristo, vida del cielo.
 

Evangelio (Lc 1, 39-56)

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:

- «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

María dijo:

- «Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,
porque ha mirado la humildad de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí;
su nombre es santo,
y su misericordia llega a su fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa.

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Himno Te Deum, Apéndice I, p.
La oración, como en Laudes.
 

Laudes

Himno

El barco del Carmelo reza y canta,
al hacerse a la mar del nuevo día,
y en su mástil por vela se levanta
el santo Escapulario de María.

Corre, copo de lana bien tejido.

Vete al ancho camino de las gentes.

Ilumina la noche del olvido
y recoge el cansancio de las frentes.

Toca el pecho de acero de los barcos.

Cruza el recto camino de las balas.

Sube al negro confín y abre los arcos
de la gracia divina con tus alas.

Estamos en la ruta; la esperanza
tiñéndonos los ojos va delante,
el corazón cantando lo que alcanza,
y la noche ha perdido su semblante. Amén.
 

Salmodia

Ant.1. Llévanos contigo, Virgen Inmaculada; correremos tras el olor de tus perfumes.

Salmos y cántico del domingo de la semana I, Apéndice II, p.

Ant. 2. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres.

Ant. 3. Dichosa eres, Virgen María; engendraste al que te creó, y permanecerás virgen para siempre.
 

Lectura breve (Is 35, 1-2)

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.
 

Responsorio breve

R/. Bajo tu protección nos acogemos, * Santa Madre de Dios. Bajo tu protección.
V/. No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades. * Santa Madre de Dios. Gloria al Padre. Bajo tu protección.

Benedictus, ant. Jesús dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
 

Preces

Proclamemos agradecidamente la gloria de Cristo, nuestro Salvador, primogénito de muchos hermanos, que nos ha dado a María por Madre, y digamos con gozo:

      Por el don de María, tu Madre, te alabamos, Señor.

Cristo Redentor, que preparaste a la Virgen Inmaculada para ser tu mansión,
- guárdanos en tu servicio pobres de espíritu y limpios de corazón como María.

Palabra única del Padre, hablada en eterno silencio y acogida amorosamente en el seno de la Virgen,
- concede a todos los carmelitas que, fieles en la imitación de su Madre, sepan escuchar y proclamar tu palabra.

Cristo, Maestro bueno, que nos has dado en María el modelo de todas las virtudes,
- haz que reproduzcamos la verdadera imagen de nuestra Madre, imitando su caridad.

Jesús, que desde la cruz confiaste tu Madre al discípulo Juan para que la recibiera en su casa,
- otórganos una vida de intimidad con María, para llegar, con su ayuda, a la inefable experiencia de tu amor.

Cristo, Esposo de la Iglesia, que derramaste tu Espíritu Santo sobre los apóstoles que perseveraban unidos en la oración con María, tu Madre,
- concede al Carmelo permanecer unido en la oración, para que se renueve continuamente con la     fuerza de tu Espíritu.

Padre nuestro.
 

Oración

Te suplicamos, Señor, que nos asista con su intercesión poderosa la Santísima Virgen María, Madre y Reina del Carmelo, para que, guiados par su ejemplo y protección, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo. Que vive y reina contigo.

O bien:

Señor Dios nuestro, que has honrado a la Orden del Carmen con la advocación especial de la Bienaventurada y siempre Virgen María, Madre de tu Hijo; concede a cuantos hoy celebramos su solemnidad que, guiados por su ejemplo y protección, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo. Que vive y reina contigo.
 



Hora intermedia

Himno y salmodia complementaria, pp.  Si la solemnidad cae en domingo, salmos del domingo de la semana I, p.
 

Tercia

Ant. Eres Madre admirable sobre toda ponderación, oh María, y mereces el eterno recuerdo de tus hijos.
 

Lectura breve (Prov 8, 32-34)

Hijos míos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos; escuchad la instrucción, no rechacéis la sabiduría. Dichoso el hombre que me escucha, velando día a día en mi portal, guardando las jambas de mi puerta.

V/. Quien me alcanza, alcanza la vida.
R/. Y goza del favor del Señor.
 

Sexta

Ant. Alegraos de las misericordias de María, y no tendréis que avergonzaros de su alabanza.
 

Lectura breve (Cf. Eclo 24,10-12)

Me establecía en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.

V/. Mi nombre es más dulce que la miel.
R/. Y mi herencia mejor que los panales.
 

Nona

Ant. Con lo que ganan sus manos planta un huerto, sus hijos se levantan para felicitarla.
 

Lectura breve (Eclo 24, 17.18)

Como vid lozana retoñé, y mis flores son frutos bellos y abundantes. Yo soy la madre del amor hermoso y  del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí se halla todo don de vía y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de virtud.

V/. Mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar la viña.
R/. Que tu diestra plantó.

 

II Vísperas

Himno

Oh Madre de la luz, Señora de los mares,
Estrella a quien invoca nuestro esfuerzo rendido,
puebla tú nuestros ojos de luces y cantares,
acalla nuestro grito en tu amor redimido.

Lluvia dulce y fecunda de nubes de promesa
transfigurando savias y trigos de sequía,
mantén entre tus manos nuestra esperanza ilesa
y enjuga nuestro llanto, vid en flor, oh María.

Privilegia a tus hijos con tu limpia mirada,
y alcancen nuestros ojos tu distancia de vuelo.

Estrella de los mares, lumbre intacta, empapada
de llanto y sal amargos. ¡Señora del Carmelo! Amén.
 

O bien el himno «Blanca Flor del Carmelo» como en las I Vísperas, p.
 

Salmodia

Ant. 1. Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
 

Salmo 121

Qué alegría cuando me dijeron:
¡«Vamos a la casa del Señor»!

Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.

Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».

Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
 

Ant. Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Ant. 2. María escuchaba la palabra de Dios y la conservaba, meditándola en su corazón.
 

Salmo 126

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en manos de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.
 

Ant. María escuchaba la palabra de Dios y la conservaba, meditándola en su corazón.

Ant. 3. Los apóstoles perseveraban unidos en la oración con María, la Madre de Jesús.
 

Cántico (Ef 1, 3-10)

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en los cielos.

Él nos eligió en Cristo,
antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos
e intachables ante él por el amor.

Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en el Amado.

En él, por su sangre,
tenemos la redención,
el perdón de los pecados,
conforme a la riqueza de la gracia
que en su sabiduría y prudencia
ha derrochado sobre nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad:

El plan que había proyectado
realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
 

Ant. Los apóstoles perseveraban unidos en la oración con María, la Madre de Jesús.
 

Lectura breve (Gál 4, 4-6)

Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama «¡Abba!, ¡Padre!».
 

Responsorio breve

R/. Desbordo de gozo con el Señor, * Y me alegro con mi Dios. Desbordo de gozo.
V/. Porque me ha puesto un traje de salvación y me ha envuelto con un manto de triunfo, * Y me alegro. Gloria al Padre. Desbordo de gozo.

Magníficat, ant. Hoy la Virgen María nos fue entregada como Madre. Hoy nos dio la prueba de entrañable compasión. Hoy el Carmelo, iluminado con la esplendorosa fiesta de la Virgen soberana, rebosa de alegría.

O bien:

Hoy celebramos la fiesta de María, Madre hermosa del Carmelo. Hoy los hijos de su amor cantamos tus misericordias. Hoy la Estrella del mar brilla ante su pueblo como signo de esperanza segura y de consuelo. Aleluya.
 

Preces

Al celebrar la fiesta de la Virgen María, nuestra Señora, invoquemos a Cristo, diciéndole confiadamente:

Por intercesión de la Madre del Carmelo, escúchanos, Señor Jesús.

Tú, que proclamaste: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»,
- haz que, imitando a María, la primera entre los pobres de Yahvé, merezcamos tenerte a ti por  nuestra única riqueza.

Tú, que aseguraste: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»,
- concédenos, a ejemplo de la Virgen Inmaculada, amar la pureza del corazón para llegar a la contemplación divina.

Tú, que dijiste: «Dichosos lo que crean sin haber visto»,
- haz que nosotros, peregrinos en la noche oscura de la fe, caminemos de la mano de María, la dichosa porque creyó.

Tú, que exhortaste: «Es preciso orar sin desanimarse»,
- enséñanos a orar con María y a meditar, como ella, tu palabra, para anunciarla a nuestros hermanos.

Tú, que dijiste: «Quiero que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy»,
- concede a todos los fieles que se han entregado al servicio amoroso de María, tu Madre, el gozo de contemplarte eternamente en el cielo.

Padre nuestro.
 

Oración

Te suplicamos, Señor, que nos asista con su intercesión poderosa la Santísima Virgen María, Madre y Reina del Carmelo, para que, guiados por su ejemplo y protección, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo. Que vive y reina contigo.

O bien:

Señor Dios nuestro, que has honrado a la Orden del Carmen con la advocación especial de la Bienaventurada y siempre Virgen María, Madre de tu Hijo; concede a cuantos hoy celebramos su solemnidad que, guiados por su ejemplo y protección, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo. Que vive y reina contigo.
 
 


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