No soy de prodigarme en mis sentimientos personales, creo que éstos no aportan ningún valor a los lectores. Mejor centrarse en difundir conocimientos, marcas, productos, o cualquier cosa que sirva para hacer del mundo un lugar algo mejor.
Sin embargo, no puedo negar el poder catártico que tiene expresar los sentimientos de uno, sé que es una actitud egoísta, pero la necesito, y que en el fondo, sólo para unos pocos tendrá relevancia, puesto que hoy no es 22 de agosto. Muchos de vosotros ya os imagináis un poco a qué se refiere este 22 de agosto, porque ya leísteis primero el 2 de mayo de 2017 y después el 2 de mayo de 2018.
El caso es que un 22 de agosto de 2016, decidimos hacernos novios con la persona más maravillosa que había conocido en mi vida. Tanto, que me hizo descubrir un tipo de felicidad que no pensaba que existiera. Para conmemorar esa fecha, luego decidimos casarnos, fue también un 22 de agosto de 2018.
Desgraciadamente, la distancia, no es algo que ayude en una relación de pareja. Por más que todos los días de vacaciones que tuviera los aprovechase para viajar y estar con ella. Tampoco ayuda tu país, cuando impide que la persona que quieres pueda venir a visitarte. Todos esos inconvenientes, al final, desembocan en lo que uno siempre piensa que a él no le va a ocurrir, porque él es diferente. En muchas ocasiones, al final ocurre, lamentablemente.
Por esas ironías que a veces tiene la vida, quiso el destino que decidiéramos separar nuestros caminos para siempre, también un 22 de agosto, esta vez de 2019.
Una relación, menos todavía un matrimonio, no puede sostenerse en pie solamente por los recuerdos, por más extraordinarios, sinceros y maravillosos que éstos fueran. Y creedme que lo fueron, y que aún me vienen a la mente sus imágenes y sus sensaciones en los momentos más inesperados. Supongo que los optimistas dirían que la lección de vida fue tener el privilegio de poderlos disfrutar. Los que no lo somos tanto, no podemos evitar la tristeza y la decepción por no haberlo hecho de otro modo.
Los sueños, con castillos de príncipes, princesas y felicidad, se ven ahora como cimientos sustentados sobre lágrimas. Cegados por la ilusión, éramos completamente ajenos a la fragilidad que pende de un hilo, disfrutábamos cada instante que teníamos. Las risas, las palabras, el calor de la voz, y hasta el sueño cuando nos quedábamos dormidos. Era tal aquella complicidad, que nos decíamos cosas en catalán, para que sólo nosotros las entendiéramos. Todos los planes que teníamos, que éramos el uno para el otro, y que cuidaríamos de nuestros corazones.
Pasaba, sucedía y acontecía, que fue un sueño. Una ilusión. Porque el enemigo, no es tanto la distancia que nos separa, sino la incomunicación que ésta provoca. Pese al imparable alcance de las nuevas tecnologías, 5 viajes de ida y vuelta en avión, 40.000 mensajes de texto, incontables llamadas de voz, y videollamadas, no fueron suficientes para mantenernos unidos. En algún momento del tiempo todo empezó a cambiar, sin que nos pudiéramos darnos cuenta, siendo cada vez más distintos, más diferentes, hasta que todo quedó irresolublemente roto.
Que pena leer esto Guti… yo estoy casado con una buena chica y tenemos un chavalín hermoso… sin embargo todos los días en algún momento del día pienso en lo peor, por algo que ocurrió ya hace mucho y que nada puedo hacer para cambiar ni ella tampoco. Pienso que el niño ayuda mucho para que siga adelante, con el matrimonio y con mi vida. Y tenía esa ilusión y sueño que tú mencionas. Hoy es un día de los peores, trabajando y sintiéndome la peor basura. Y aunque se que no es verdad, la idea sigue hay. Gracias por compartir con nosotros y perdón por este tocho insufrible, pero la catarsis que produce me alivia un poco.
Por cierto escribes muy bien, es un relato de belleza increíble para mi. Espero de corazón que Dios te ayude en todo y que puedas encontrar ánimo y energía siempre.
A veces no se si el hogar es una decisión que de verdad valga la pena. Solo a veces.
Muchas gracias Cesar José Maestre Gómez. Jamás pensé que esta entrada pudiera resultar de ayuda a nadie, pero me alegra que así haya sido. La escribí hace ya casi 3 años, en algunas cosas el tiempo pasa de manera afortunada. Nada se olvida pero todo se supera. En su momento me sirvió para ordenar mis ideas, para exponerlas de forma clara y así comprender lo ocurrido.
Como bien apuntas, los errores siempre quedan ahí. No se olvidan y eso significa que pueden quedar toda la vida torturándonos, pero también que son una lección de aprendizaje.
Si, muy de acuerdo Guti. Gracias
La moraleja es como siempre, que la vida sigue. Las cosas quedan ahí y son un aprendizaje para hacernos mejores y evitar que cometamos errores parecidos en el futuro Cesar José Maestre Gómez.
Aquí otro que sabe del tema.
¿Distancia y circunstancias que hacen imposible salvarla de verdad de la mano de pillarse «de la patata»? En mi caso y como dice el refrán: «Una y no más, Santo Tomás».
Al menos en mi caso, fue durante menos tiempo, y aún un buen número de años atrás. Pero me dolió un año largo.
Lección aprendida Alejandro. «Una y no más, Santo Tomás» como bien dices. De hecho si profundizamos encontraremos a un montón que hemos pasado por cosas parecidas, pero por vergüenza al fracaso se tiende a ocultar. Lo hecho hecho está, no hay porque negarlo ni arrepentirse, porque en ese momento nos pareció una buena idea. Basta con que hayamos aprendido.